Salí la mañana del viernes del aeropuerto de Asturias. El día no era, digamos, desagradable, pero las brisas de la pista de aterrizaje hacían tiritar fácilmente. Amable y con una sonrisa en la boca, entré en el avión saludando a las azafatas, las cuales no sospechaban en absoluto que bajo mi simpático rostro se escondía el de un sospechoso de terrorismo a quien le había pitado tres veces el detector. Me tocó pasillo. En fin, yo hubiese preferido ventanilla pero era un viaje corto y no me molestaba. A mi lado pusieron a un peruano nervioso y taciturno que no paraba de mirar ala la pantalla de una videocámara y al que identifiqué rápidamente con algún descendiente del Inca y pariente lejano de Bryce Echenique. Ciertamente curioso, ciertamente hay un mundo entre ellos y nosotros. Viejo Mundo, Nuevo Mundo. Efectivamente había un mundo entre nosotros porque al cholito no se le había ocurrido otra cosa que reservar el asiento situado entre él y yo para colocar un globo terrestre que había comprado aquí, en la madre España y que debía de llevar a sus compatriotas para hacerles ver que el centro del mundo no queda en el Lago Titicaca. Como buen peruano, quedó dormido a los cinco segundo y no despertó hasta llegar a Madrid.Bienvenidos al trópicoEl viaje fue un poco monótono al ser en pasillo. Afortunadamente me dejaron usar el walkman, aunque no me enteré de esto hasta que llevábamos un rato sobrevolando las llanuras de Castillas. Intenté echar un ojo por la ventanilla (no, literalmente no) para ver si se veía el valle mágico de El Bierzo, pero …¡ancha es Castilla! A la hora, sobrevolábamos lo más parecido a Afganistán a este lado del río Tigres: es decir, la Comunidad de Madrid. “La temperatura exterior es de 7º grados”. Caray con Madrid: o te hielas o te asas.En los tres cuartos de hora entre la llegada y la salida no tenía mucho tiempo para hacer demasiado, así que mandé unos cuantos mensajes, hice un par de llamadas y pis. Husmeé un poco en las tiendas y me dediqué a observar disimuladamente al sabio de “Érase una vez el hombre”. ¡Dios mío! Todo estaba lleno de indios sudamericanos. No sabía ya si me encontraba en, pongamos que hablo de Madrid, o en Lima. Mientras esperaba en la cola de embarque, estaba al lado mío una chica que falaba portugués por teléfono y pude deleitarme un rato con las cadencias de tan sibilante idioma. ¡Lástima que se confundiese de vuelo y la mandases a outro! Si en el vuelo anterior me habían puesto al lado de un indio de allá, esta vez me pusieron al lado de un indio de acá. Es decir, esta vez me pusieron con un indio de la India. También de nuevo tuve la suerte de que hubiese un asiento libre entre los dos. Y esta vez ni siquiera había puesto tierra de por medio, sino que quedaba entre nosotros no más que vacío. Nada entre nosotros. Diferencias culturales, supongo. Pero, al ser la segunda vez, empiezo a sospechar un poco del racismo de Iberia. ¿Alguien se acuerda de M.A. el del “Equipo A”? M.A. siempre se mareaba cuando subía a un avión y por eso tenían que drogarle cada vez que lo montaban en uno. Pues eso me pasaba a mí. Sube, sube, sube el avión y mi cabeza da vueltas y mi estómago da vueltas y me pongo pálido, pálido. Afortunadamente, la comida de avión logra entretenerme lo suficiente como para poder olvidar durante un rato el mareo. No sé por qué la gente odia tanto la comida de avión. La comida de avión es divertida y en ocasiones, hasta está rica. No sé si era que tenía hambre, pero me supo como la mejor de las comidas. Me lancé con apetito sobre el bollito de pan untado con mantequilla y con queso. A continuación, destapé una tarterita y ¡voilá! Lombarda con lechuga. Personalmente, me gustan más las normandas que las lombardas así que la dejé y me dediqué a la lechuga. Hubo suerte y a continuación hubo filete de pollo sin empanar que me supo a gloria igual y yo no sé si tiene algo especial o es que yo estoy loco de atar (quizás lo segundo), pero ha emigrado sin duda a otra zona mi paladar (Por cierto, ¿sabéis cual es una de los nombres más típicos de Canarias? Es Auxi). Con la-cosa-parecida-a-pollo-pero-demasiado-blanda-para-ser-pollo venía una ensaladita. De postre, tarta de almendras, nata y gelatina, mucha gelatina. Tacita de te-taza y a mirar al ancho mar. Por fortuna, me salí con la mía y tenía ventanilla. Una pena que el día estuviese algo nublado, aunque sin duda aprendía varias cosas: 1)Castilla-La Mancha es fea. Prefiero Castilla-León. 2)Andalucía está llena de invernaderos. 3) El Guadalquivir en color café con leche. 4) El mar es azul. También vi África a lo lejos. Ahora mismo estoy teniendo memorias de África al acordarme de eso. Pasó bajo nosotros Lanzarote, pasamos nosotros por encima de Fuerteventura, el avión dio un brusco viraje y descendimos a Gran Canaria. La gente es alegre aquí: aplaudieron al piloto al tomar tierra. Me levanté sonriente, me desperecé y me palpé los pantalones para ver si estaba todo. Practiqué mis conocimientos con dos señoras francesas y me dispuse a salir al exterior.
Gepäcktragen
Esto es lo primero que uno se encuentra al llegar a Canarias. Aquí la lengua casi oficial es el alemán. Zum bais. Hay un enorme kartel en alemán nada más llegar al aeropuerto y todos los carteles vienen en alemán, luego en inglés y luego, en pequeñito, en español. Karlos nació aquí por lo menos. Así que ich trage meine gepäck y mi primera sorpresa es que aquí los helados marca “La Menorquina” se llaman “Kalisse” y tienen unas especialidades que no hay en la Península. Ich gehe aus dem aeropuerto y me encuentro al tercer Hombre de Negro.Y no me refiero a perro, me refiero al que no es el negro ni el blanco: es decir, el mulato. Es mi hermano, en su traje de faena y su moreno insular, que bonito él, que viene a recogerme. Advierto a Carol y Marie que mi hermano es como Hitler, Himmler, Göering, Goebbels y todo el Estado Mayor nazi junto. Así que, como Indiana Dans, me sentí en mi ambiente. Salimos fuera y me llega una bocanada de lo más extraño que he recibido nunca. Ha… hace calor… pero no hace calor… y hay gotas de lluvia en el aire… pero no llueve… ni llovizna… y todo huele a flores, el olor no abandona. Todo es extraño… y hay palmeras. Segunda sorpresa: mi hermano me lleva hasta el coche que ha alquilado y es entonces cuando descubro que es ¡¡¡ un descapotable ¡¡¡ Un descapotable de cuatro plazas (perfecto para meter a dos guiris, ¿no?), plateado y bonito. Somos los reyes de la carretera y la radio no deja de emitir música cubana y tropical. La verdad, es que la radio no emite otra cosa. Primeras impresiones: Guiris gustar fiesta. La montaña maldita Vamos de paseo por la autopista. El paisaje es bastante mediterráneo, pero las casas parecen scadas de Hispanoaméricas. ¡Dios mío, estoy atrapado en una novela de García Márquez! ¿Esto es España? ¡No! Pues la radio hace rato que no emite merengue y sólo emite en alemán, italiano e inglés (Non, on ne parle pas français!). ¿Qué ocurre? Estamos llegando a Playa del Inglés. Playa del Inglés, del Alemán, del Sueco, del Finlandés… Dice mi hermano que eso es el paraíso de las rubias y entonces, al oír eso, yo me pongo bastante triste porque me acuerdo mucho de cierta rubia y la echo de menos (no porque sea rubia, sino por ser ella) y me pongo aún más deprimido cuando pienso en que si hay tantas alemanas debe haber un igual número de alemanes y pienso aún más en la rubia. Danke Gott, todos los varones alemanes son mayores de 70 años o gays, lo cual me da un respiro. De todas maneras, no pienso traerla aquí ni loco. Aunque me sería útil, porque todos los carteles están en alemán y todos los bares son estilo alemán o inglés y ella sabe mucho más que yo. Aunque yo también sé, que por algo soy el cuarto mejor de la clase de alemán. Dejamos atrás una especie pueblo llamado Sonneland, nombre típico canario, como se puede comprobar y nos desviamos por una carretera al corazón de la isla. Confieso que, a pesar de ser asturiano, nunca lo he pasado peor en una carretera. Todo era un enorme precipicio lleno de curvas, estrecho para sólo un coche, sin pintar y con guaguas (autobús en canario) pasando cada poco. Ah, y con jeeps subsaharianos cargados de guiris hasta los bordes y que volvían de montar en el camello, creyendo que todo eso debía ser muy español y todo eso. Pasamos por varios pueblos. Uno de ellas me recordó, por una de esas estúpidas asociaciones que uno hace sin saber por qué, a un pueblo de El Bierzo que visité durante El Camino. El paisaje, sin embargo, era lo más parecido al far-west americano, con sus montes extraños, sus mesetas y sus cactus. De vez en cuando había un oasis con palmeras. Seguimos subiendo y a medida que subía la altura a mí me bajaban los colores y mi cuerpo no podía soportar más la tortura a la que me sometía el hiperactivo de mi hermano. A nuestros lados, salpicaban las corrientes de polvo rojizo de lava pequeñas cuevas guanches con murallitas de tosca fabricación. Pasamos el Roque Nublo, el volcán de La Palma. Llegamos all punto más alto de la carretera, donde parecía haber un poco de civilización. Realmente sólo había un cruceiro estilo gallego pero en Canario, cuatro puestos de verdura, un bar y el parador. Me bajo del coche como una peonza y el conctacto con el exterior me paraliza los músculos: el calorcito tropical de unos poco metros más abajo es ahora un fríiiiiiio y una bruma asturiana que me impide saber bien en qué maldito lugar de la Tierra me encuentro. En un lugar extraño sin duda. A penas bajarnos del coche, un lugareño que se comunica a gruñidos y que va vestido de algo así como de lagarterana[1] o mexicano, nos ofrece hacernos una foto con la burrita Manolita, animalito tan pintoresco como él pero seguro que con mucha menos picaresca. Los puestos de fruta tienen de todo… menos fruta normal. Hay frutas que yo no he visto en la vida. Reconozco las guayabas y las papapayas, pero es ¡que hasta las naranjas son raras aquí!. Hay también un perro famélico, un can esquelético, un espíritu canino, vamos. Hay un parador, también, pero está en obras y parece que lleva MUCHO tiempo en obras. De hecho hay un cartel de 1998 que dice que el plazo de las obras es de 15 meses. Pues no hay ni una triste carretilla y parece que las obras van para largo. La guía Lonely Planet de mi hermano lo confirma. Mi hermano dice que es el modo de trabajar en Canarias. Bajamos en dirección a las Palmas y me pongo las gafas de sol para disimular la cara de muerto ambulante que se me está empezando a poner. Además, las gafas son perfectas para disimular las pequeñas siestas. En un coche descapotable te dan el aire de mequetrefe perfecto que necesitas. La bajada es espectacular. El desierto de Nuevo México se va convirtiendo en la selva colombiana y por momentos creo que estoy en Sudamérica. Lo mejor de todo es el olor y las flores. Se mire a donde se mire, la riqueza y la variedad de las flores no permiten a los sentidos controlarse y el color sólo se ve superado por el aroma que no te abandona en toda las isla: olores fuertes a flores de todos los tipos , a jazmín, hierbabuena, emanaciones melosas que no conocía antes. Como Nicholas Cage in ‘Leaving Las Palmas’
Llegamos a Las Palmas, la capital de la isla de Gran Canaria. Pasé rápido, en coche, por el barrio antiguo. La parte antigua se compone de una zona de casas victorianas muy bonitas y otra colonial. Es lo más parecido que existe a La Habana vieja. Por las colinas se extienden casitas colgantes que cubren todas las laderas y que parecen diseñadas todas por niños pequeños o por Carmelito, que dibuja más o menos de la misma manera. Lo bueno de ir en descapotable es que se puede ver toda la calle como si fueses caminando por el centro de ella. Pasamos todas esas zonas de casas bonitas y llegamos al puerto, donde está la casa de mi hermano. Dicen que el puerto de Las Palmas es el puerto más inseguro del mundo después de el de Honk-Kong y que para entrar dentro de él tienes que pagar un taxi distinto. La verdad, es que si tenía mucha pinta de puerto de mafias. En la calle, todas las tiendas tenían los carteles en ruso y eso da mucho miedo. No parecía estar en España. Llegamos a un edificio con un enorme cartel que decía en alemán: “Centro de la Iglesia Evangélica en lengua alemana” y entonces me llegó una revelación y gracias a las enseñanzas del Padre (de sus hijos) Luca, comprendí loz misterioz de la fe: rezureczióne, cruzificzione, achenzione. Pero esto era en alemán, así que sigue siendo un misterio para mí. Justo en el edificio de al lado, estaba la humilde morada de mi hermano. Era la hora de la cena guiri, esto es, hacia las seis de la tarde. Así que dejamos las cosas en casa y fuimos a comprar la cena. Desechada la opción del restaurante chino “Come todo lo que puedas por 6€”, decidimos, o más bien, yo seguí la recomendación de mi hermano de prepararnos nuestra propia comida. Siguiendo el estilo informal y desenfadado del archipiélago canario, el supermercado tenía el nombre de Hiperdino y su símbolo es Dino, el perro-saurio de los Picapiedra[2], pintado de verde. Bastante apropiado, porque el supermercado era más raro que un perro-saurio verde. Me llevó a una estantería llena de latas y me puso en la mano una de color amarillo de carne picada mientras me decía que en Canarias, hasta hacía pocos años, esa era la única carne que existía, pues no había vacas. Ya empezaban las cosas raras. De postre, cogimos “Crema de pistacho Kalisse”, que además de tener el monopolio de helados tiene el de yoghourt y similares. Esa cosa no la venden en la Península. También me llevó al estante de pastelería y me enseño las especialidades Donut que no existen en la Península, como el donut relleno de vainilla, o el donut sin agujero, o el donut de chocolate blanco relleno de chocolate negro. Él hizo un esfuerzo y se compró un “Matahambre” y ese mismo nombre, tan poco serio y tan explícito, aparece impreso en los envoltorios del producto. El “matahambre” es una especie de ladrillo relleno de una sustancia desconocida. He comprobado que la gente en Canarias, en lugar del pincho de tortilla de las 11, se toma un matahambre de esos, lo cual se refleja en sus prominentes y generosos abdómenes. A la vuelta entramos en el auténtico badulaque[3], donde sólo se puede encontrari ncienso (toda la tienda huele a incienso), legumbres desconocidas, panes desconocidos, postres desconocidos, especias desconocidas y alcanzar el nirvana. Todo era indio en la tienda. Le dieron a mi hermano un par de tortas, pero las de comer, y marchamos a casa. Ahí, mi hermano, dándoselas de hombre de mundo, me preparó una comida especial. Me hizo abrir la lata de carne y una masa asquerosa a medio camino entre pâté (mon petit pâté, Adelita. Carmelito, apunta una palabra más) y comida de gato. Para mejorar la apariencia del producto, mi hermano echó el “Condimento de especias para kebab”, que era una pasta tan agradable como lo anterior, y lo frió. Después lo enrolló en as tortas y me lo hizo comer. De postre me dio papaya y guayaba. Es que es un hombre muy de mundo. Al menos eso cree él. Acabada la cena y con la cabeza aún dando vueltas por las prisas que me metió, fuimos a coger el ferry. Aquí el ferry se llama Fred Olsen, por la compañía que los regenta, pero los nativos prefieren el nombre “Freolse”. Nos tuvimos que desplazar a un puertecito no muy lejano, distante una hora. Y así, al pie de los auténticos Acantilados de la Locura[4], pues en mi vida los he visto tan altos y fantasmagóricos, junto a la gran roca que llaman “Dedo de Dios (José o Pepe)”[5] introdujimos el coche en las tripas del ferry, recordando a Pinocho o a Jonás. Lo más gracioso es que a un pobre hombre que iba en silla de ruedas lo tuvieron que meter también en la bodega. Al parecer, se considera vehículo. El rey del mundo Es muy bonito ver a Leonardo di Caprio en la proa del barco o a Spencer Tracy cantar “Ay, mi pescadito”, o a Popeye comer espinacas. El barco en realidad es una cosa muy distinta. Los coches van en la bodega y la gente va en una especie de sala de cine la mar (nunca mejor dicho) de cómodas y con apoyavasos y todo. La decoración es algo así como de casino de Las Vegas con un toque de Iberia. Aún me sentía yo algo mareado con el descenso de los aires que hizo ascender mi estómago y con el recorrido por la isla, cuando se me ocurrió la salvajada de sentarme en la parte delantera del barco, donde más se mueve, y encima ir a dar una vuelta por la cubierta, llamada así por estar a salvo de la intemperie. Iba caminando como un borracho, pero disimulaba un poco porque todo el mundo caminaba como borracho, sobre todo en primera clase, que tiene barra libre. Entré en el baño y… censuraré esta delicada parte porque lo van a leer señoritas de ánimos delicados, pero contribuí al alimento de los peces. El resto del viaje lo pasé en una pparte del barco que se movía menos, con una pepsi colgando de mi brazo inerte y contando el número de personas que entraban para favorecer la industria pesquera canaria. El de la camisa rosa entró y no salió. Yo acabé echando una pequeña siesta y no me desperté hasta que se vieron las luces de la bahía de Tenerife. Humedo, frío y verde En Tenerife nos recoge mi tío. Él es un nativo guanche, aunque más bien es la versión de Peláez pero a lo Canarias. Su barba me recuerda a él. Subimos a La Laguna. La temperatura allí es mucho más baja que en el resto de las islas y yo, que iba tan contento con mis gafitas de sol y mi look tropical, tengo que abrigarme bien porque todo es… asturiano, es decir: húmedo, frío y verde. Lllegamos a casa de mi tía. Es hija de mi tío Julio, de quien he debido de recibir algo de mi vena Indiana Dans, pues estuve viviendo muchos años en el Sahara, en Paraguay… en muchos sitios exóticos. Uno de mis mayores descubrimientos es que la televisión en Canarias NO es como la televisión en España. Además de emitir a una hora menos, la programación es distinta. Por ejemplo, Telecinco no es Telecinco, sino Telecinco Canarias y en lugar de la melodía característica suena un ritmo tropical. Y no hablemos de La Dos… La Dos no tiene un solo contenido nacional, sino que emite cosas como: “Lucha canaria” “Nuestras islas, nuestros pueblos”, “Especial música canaria”, “Noche de humor canario” ¡¡¡ni un solo programa nacional!!!. La noche la paso en un colchón con hondonada y despierto por la mañana en un país verde, verde, verde. Mis tíos se han levantado antes y han dejado el calentador encendido. A pesar de levantarme yo primero, mi hermano me trata a patadas y me llama tardón. Me envía a la ducha y yo obedezco sin saber que la decisión es desafortunada. El agua sale helada y a pesar de mis súplicas, mi hermano no logra encender el calentador. Le grito: “¡¡¿Tengo que ducharme a lo guanche?!!” ‘Si, tienes que ducharte a lo guanche”, me responde él. Pues me ducho a lo guanche y luego encima me corto al afeitarme. Indiana Dans en una de sus situaciones más peligrosas: en medio de una roca de lava, con un tajo en el cuello y con agua fría. Por supuesto, cuando salgo del baño llegan mis tíos y encienden el calentador. El caradura de mi hermano de ducha con agua caliente. Historia Verdadera de la Conquista de Indias
A traves de una avenida de estilo americano me acerco a San Cristóbal de La Laguna, ciudad colonial de 1500 que se mantiene exactamente igual que entonces. Incluso los bancos no pueden poner carteles con su logotipo fuera porque deslucen las fachadas, que son una explosión de coloridos interminables y distintas unas de otras, alcanzando todas las tonalidades de colores. La vida parece detenida aquí y la gente vive como si nada hubiese pasados desde 1600 hacia acá. Hay un convento de clausura que muros cerrados que no dan a la calle y se me antoja que Sor Juana Inés pueda estar detrás de esos muros explorando los abismos del hombre y que el Inca Garcilaso quizás salga en cualquier momento de uno de los palacios virreinales. Los niños de las escuela van vestidos con el mismo pañuelito que llevan los escolares de la Cuba de Fidel Castro y los únicos restaurantes que hay son tabernas venezolanas. “La guía Lonely Planet no lo dice, pero yo creo que la mejor forma de conocer un sitio es visitando su mercado” me dice mi hermano, experto explorador expatriado. En el mercado nos internamos y por un cuarto de hora registro mis bolsillos para ver si he traído conmigo el pasaporte por, definitivamente, eso NO es España. Mirra, batatas, ñame, yuca, roscos rellenos de batata, chirimoya, guayabas, zanahorias raras, guayabos. Lo único comestible que me parece familiar es una cajita de arándanos. Hay un mercado de flores que es un oasis de olores cercanos en el maremágnum de nuevas experiencias. Sin darme tiempo a comprar nada, mi hermano sale del recinto dejando en mis pensamientos el deseo de pedir la beca Séneca a la Universidad de La Laguna. España según un guiri
No acabé de ver la laguna, cuando mi hermano me volvió a conducir por aquella avenida que tanto se parecía a una de esas avenidas americanas de películas americanas pero con sequoyas a los lados en lados en lugar de robles. Cogimos de nuevo el descapotable y aparecimos en el extremo sur de la isla, donde no habita el olvido, sino los guiris. Playa América y Los Cristianos. Aunque ahí se hablaba todo menos cristiano [ continuará...]
5 comentarios:
UPS!La verdad duele?que es de la libertad d expresion, estimado bloggero?el tu poner lo que se te antoje con insultante estilo pero no respetar la opcion de "escriba ud. un comentario"?que mal....desde ya te informo, estimado trotamundos, que con esta actitud, en EEUU no conseguirias un pullitzer!jajajaj!Saludos, y suprime lo que te de la gana. Es tu vision estresante vs. mi opinion relajada y con total derecho. Buena semana!
Querida María (si este es tu nombre).
Supongo que esperarás que haga mi defensa, pero en lugar de eso te voy a dar GRACIAS por emplear tanta cantidad de tu escaso tiempo en comprobar cada poco lo que hago, en comentar y en sacrificias tus nervios en indignarte.
Te envío también un cariñoso saludo y mis felicitaciones por tu hermosa tierra que me tiene enamorado (de verdad). Espero que vengas pronto a visitar este país de pueblerinos flatulentos.
Un saludo desde la ironía, la hipérbole y el conocimiento de las técnicas narrativas del humor.
Supongo que esperarás que haga mi defensa, pero en lugar de eso te voy a dar GRACIAS por emplear tanta cantidad de tu escaso tiempo en comprobar cada poco lo que hago, en comentar y en sacrificar tus nervios en indignarte.
Te envío también un cariñoso saludo y mis felicitaciones por tu hermosa tierra que me tiene enamorado (de verdad). Espero que vengas pronto a visitar este país de pueblerinos flatulentos.
Un saludo desde la ironía, la hipérbole y el conocimiento de las técnicas narrativas del humor.
10:28 PM
Sí, desafortunadamente, no un nombre nada exótico pero ese es. Supongo que mis padres prefirieron dedicar más tiempo a que fuera una mens sans que a preocuparse por bautizarme de alguna manera memorable...DE NADA, Dan, en tu agradecimiento por mi pérdida de tiempo. Aunque reflexionándolo, y siendo sincera, me ha gustado ver una visión expresada al nivel de la ciencia-ficción que le diste a tu visita. Hasta llegué a creer que había algún punto de la isla que no he visitado todavía...Pero lo he pasado bien. Me gusta conocer gente extravagante en sus narraciones...Esta bien siempre ver como los demas se caen para evitar que uno se dé el batacazo padre. Es algo así como un espionaje bloggero, jajaja!Es una risa sana, no maldigas, que no es necesario...Finalizaré diciendo que a pesar de todo, si te conociera te invitaría a comer decentemente(sin nada que te envenene, palabra!)Y después de unos cuantos vinos y unas sidras...igual hasta ni nos asesinamos...Estimado señor flatulento, la señorita indignada y defectuosamente guanche se despide esperando que si se aventura de nuevo por estos mundos coloniales de Dios, luego lo narre para mí con la misma crítica punzante. Algunos escriben para que lo quieran mas...y usted lo que logra en mi es despertar mi cólera...pese a eso...me divierto.Tómelo como es, de bloggero a bloggero. PD: no hace falta que me escriba usted el mismo comentario por duplicado. Tengo muy malas pulgas, lo confieso, pero con una sola lectura capto las ideas de los textos!je je! Saludos desde la tierra germanicamente poseida...
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