09 de noviembre de 2004
No es que me considere gafe pero siempre me sucede que estoy en
el lugar menos oportuno en el momento menos oportuno. El vestido empapado de
cerveza de la princesa Leticia es testigo de que la gente suele incurrir en
fallos catastróficos cuando cerca.
Aunque Arsenio me haya tachado de pijo y Adèle me haya llamado “pequeño burgués” (¿Qué insulto más apropiado para la revolucionaria Francia? Aux armes!), en realidad me considero marxista y estoy orgulloso de proclamarlo: como los hermanos Marx, tras un día en las carreras he pasado una noche en la Ópera. Ayer fui a ver Jesucristo Superstar (Impresionante!!!!), hoy opt5é por algo más clásico, Las Bodas de Fígaro, de Wolfgang Amadeus Mozart. La primera ópera a la que iba en mi vida. Cómo odiaba Salieri a Mozart. Qué buenos están los bombones de Mozart.
Algunas veces pienso que debo de haber nacido con un siglo de atraso aunque
en realidad sea prematuro pero me parece que me gustaría vivir en tiempos del
modernismo y lucir mi chaqueta a los estrenos de las óperas. Como hago
hoy.
En la puerta trasera del Teatro Campoamor me esperaba Jaime, médico, amigo y
superior de mi padre y padre a su vez de las impronunciables hermanas
Schmikrath. Además, es Presidente de la Asociación de Ópera. Magro, de ojos
abultados, cara seca, estirada y calavérica, con cicatrices aún en el cuello de
una operación de garganta, elegante, sobrio y caballero. Desde aquel momento me
convertí en Elhijo Deldoctor Ramos, aunque la mitad de la gente opinaba que me
parecía a mi madre. Además de un nuevo nombre, me dieron una tarjetita de
“visitante” al tiempo que Jaime me apartaba la mano con la que yo sujetaba mi
entrada:
-¡Esto no te vale! ¡Ahora vienes conmigo!
Fenomenal. ¿Para eso había dado yo la vuelta a mitad de camino al darme cuenta de que me había dejado la entrada sobre el mármol de la cocina?
Intenté ser amable y adulto. Aunque sentía cierto pudor, Jaime me llevó a
ver los camerinos después de enseñarme la nueva sala de ensayos construida
debajo de mi querido Carbayón. Desde que la construyeron el Carbayón no ha
crecido, tiene sierre aspecto de enfermo y no se le caen las hojas en
invierno.
Nunca había estado en unos camerinos. Y tampoco había
visto de cerca los exuberantes escotes del siglo XVIII. Varios figurantes
vestidos de época pasaban entre la sastrería y el maquillador. Me interné con
Jaime en el Pasillo de las Estrellas. Un Obélix barbudo y bonachón con cara de
hacer de criado nos saludó efusivamente, un figurín de primera fila nos invitó a
unos Mon Cheris -hechos para las visitas inesperadas como esta- No me gustas
pero cogí uno igual. No recibo todos los días bombones de manos de alguien con
casaca y peluca. Entramos también en las intimidades de la actriz
principal, que nos pidió su juicio. “Hermosa” contesto Jaime y yo me ruboricé-e
un poco. Me dio por pensar también, como me pasa muy a menudo, que con veintidós
años ya soy muy viejo.
La siguiente parada fue el foso de la orquesto. Sorprendente. Después nos metimos entre las tramoyas:
-Esto es lo más delicado, cuesta semanas prepararlo –me advirtió Jaime- ¡Cinco pisos! ¡Si falla algo de aquí se estropea toda la instalación!
¡Que emoción! Quizás esta iba a ser la última vez que podía ver eso. Pero mientras miraba hacia arriba pisé un cable. Un poco asustado por la gravedad de las observaciones de Jaime, sentí que todo el montaje se iba a venir a bajo tarde o temprano a causa de ese pisotón no intencionado. Me tranquilicé pensando que algo tan minúsculo no podía hacer nada.
Me llevó a un palco, justo el que queda enfrente del escenario, menuda suerte. Aunque los primeros veinte minutos de la obra no paré de estornudar por culpa del terciopelo que bordea el palco. Me presentó a un médico amigo de mi padre y a su mujer, que me volvieron a sacar parecidos y yo salí a por agua.
Cuando volví, lo que yo suponía un médico más estaba en medio de todo y yo no sabía bien en que silla sentarme porque parecía e4sar ocupando las dos. Al final se sentó pero fue para soltar un par de comentarios pedantes:
-Sí, es una obrilla de Mozart, ya sabes… Mozart no era nada para la ópera… además los intérpretes son españoles…
“¡Qué persona más estúpida!”, pensé yo. Entonces levanté la cabeza y le vi la cara. Entonces el bajo la cabeza y me vio la cara a mí. Nos quedamos mirándonos un rato. Me llevó unos segundos identificarlo… ¡era el padre de los gemelos!
Me presenté, el me reconoció como “el que vive enfrente, en Jovellanos”. Encima de la panadería”, concretó su mujer. Sentí muchísima lástima; hace un mes que no vivo ahí. Aunque apenas me reconocía, ellos también me sacaron parecidos con mis padres.
Mientras se subía el telón y las luces se apagaban estuvo quejándose del poco apego que sentían sus artísticos hijos hacia la ópera y la obra empezó.
No estuvo mal. Bueno, las comedias de enredo no me gustan demasiado y la mayoría de los personajes eran unos caraduras inmorales pero me cayó bien el personaje de Cherubino. Conseguí entender bastante italiano y reconocer varias piezas de música.
Llegó el descanso. Esperado porque tenía bastante hambre pero no tan ansiado como otras veces porque había conseguido meter clandestinamente un botellín de agua. Comí un pincho, coca-cola y chocolate. Vi a mucha gente conocida, como por ejemplo a Gonzalo, mi profesor de lengua del colegio. Pero la mayor alegr4ía y también una gran sorpresa fue encontrarme con mi tía Berta.
Al toque del timbre volvimos al patio. Nos quedaban dos actos más (de 8 a 11:30) Algo extraño presentía. Había visto en el descanso a Jaime pasar corriendo con cara de preocupación y corría por el teatro el rumor de algún problema con el escenario.
Finalmente un disco blanco como una oblea se iluminó sobre el telón y salió Jaime agarrado a un micrófono, solitario, flemático y tambaleante como Sinatra, iluminado y brillante como para recoger un oscar.
Hizo el anuncio
Recordé el cable que había pisado
Debido a un grave incidente con la escenografía, nos informaba, se habían visto obligados a suspender la función.
No podía ser yo, el primer acto transcurrió bien
Pero quedaban más escenarios que no habían sido usados en el primer acto
Recordé el cable de nuevo
En fin, se acabó mi primera función de ópera. Recogí a mi tía Berta y nos fuimos caminando juntos bajo la lluvia mientras me decía:
-¡En todos los años que llevo viniendo a la ópera nunca había ocurrido esto!
Yo no fui pasajero en el Titanic
No hay comentarios:
Publicar un comentario