LAS AVENTURAS SENTIMENTALES
DE UN HIPERSENSIBLE
(Capítulo I: Maria Pía, la verdadera historia)
Mi historia de encuentros, o más bien
de encontronazos, con las mujeres tiene sus antecedentes vivos y unidos a lo que
después constituiría para mi una de mis mayores preocupaciones. Estos hechos han
llegado a profetizar aquello en lo que mi relación con el ser femenino iba a
convertirse mucho después.
Mi primera experiencia fue ya en la guardería. Dos o tres años tendría, justo
cuando, según los psicólogos, se supone que los varones no tienen aún mucho
interés por las hembras. Pero yo sería uno de esos extraños casos que llevaría a
Freud a afeitarse la barba si se la hubiese apostado con Jung tomando pastelitos
en un café vienés sólo existente en la psyche humana.
La guardería de Colloto… Fui tan feliz ahí que a partir del día en que dejé de
ir todo el resto de mi vida fue considerado para mí como existencia
post-colloto. Tan vivos son mis recuerdos de entonces que desde los cinco años
he considerado que cualquier tiempo pasado fue mejor y he acabado haciendo de mi
pensamiento una máquina del tiempo proustiana que realmente sólo reconoce como
mi auténtica vida aquella que viví por esos años.
Había en la guardería de Colloto – además de Toby, el perro medio ciego que un
día mordió a un niño dicen pero que yo no me lo creo, una higuera, la casa de la
bruja ¡huy, qué miedo! y una escalera con barandilla perfecta para bajar a lo
Mary Poppins- una niña monísima y rubísima que tenía el beatísimo nombre de
María Pía.
Este pequeño angelito siempre participaba en un inocente juego infantil -
que de infantil e inocente no tenía ni el nombre, pues daría mucho juego a
adolescentes nada inocentes, pero ciertamente algo infantiles- que tenía el
nombre de Juego del conejo. “El conejo no está aquí/ se ha marchado esta mañana
por las calles de Madrid/ ¡Ay!, aquí está, haciendo reverencias/ Tú besarás a
quien te guste más”. Entonces en mi cabeza sólo aparecían dos cosas: un helado
llamado Mikonejo que sabía a lima-limón pero que yo no solía tomar a pesar de mi
desmedida afición a los helados porque en casa no veían con buenos ojos la
ingesta de polos existiendo nutritivos helados de crema… y María Pía. Y con la
cabeza en mis dos pasiones, iba y besaba siempre a aquella niña tan
angelicalísima, rubísima, palidísima y monísima, con un nombre tan beatísimo y
tan repipi que a mi no me traía imágenes de santidad, sino de pajaritos y
pollitos rubísimos y monísimos como ella. No recuerdo si ella me besaba. Es
probable que no lo hiciese. Es probable que, en cambio se aprovechase de mí para
que le dejase el siempre apreciado y socorrido color carne de mi caja
Plastidecor 24, altamente cotizado junto al dorado y al fucsia. Imagino que se
lo daba con la esperanza de que cuando el conejo no estuviese por ahí, que se
hubiera marchado por las calles de Madrid y, ¡ay!, que volviese haciendo
reverencias, ella me besase porque le gustase más. Al menos el juego servía para
enterarse de los cotilleos cuando la máxima noticia no era el jersey musical de
Manuel Arnott.
No creo que nuestra relación fuese tan mal –ella venía a mis cumpleaños. Mas
el tiempo cambió las cosas. El 75% de mis compañeros de guardería fue luego
conmigo al colegio. Si Maria Pía no hubiese estado en el 25% restante ahora no
estaría escribiendo esto. Nos veíamos al año siguiente de dejar la guardería,
pero la distancia va hiriendo las relaciones. La vida es así. Tal vez no sea tan
malo. Quién sabe si al llegar a la EGB no me habría dejado por el capitán del
equipo de fútbol o por el mejor jugador de chapas. O en EGB II por el chico más
parecido a Luke Perry o el más gamberro. O en BUP por el más parecido a Brad
Pitt o el que mejor bailaba en la discoteca.
En COU intenté buscarla de
nuevo sin éxito. Ahora me pregunto qué será de ella. En fin, la vida tiene
senderos desconocidos. Estoy seguro de que un día volveré a encontrarla.
Bueno, seguro que ella me amaba. Al menos yo la amé. La prueba de ello es que en
mi escala de valores estaba por encima de mi tarro de chupetes, que aún
conservo. Ayer lo volví a sacar del armario donde estaba metido. Le pegué una
buena mordida a mi chupete preferido. Llevaba muchos años sin hacerlo. Está
bien, calma la ansiedad, es mejor que un chicle. Pero, ¡ay! , más dulces serían
los labios de Maria Pía
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